El Último Intento

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Auden había estado en la misma posición desde hacía horas, apreciando por la ventana las montañas vecinas. Notaba cómo los primeros copos de nieve empezaban a formar una delgada capa y cómo la temperatura bajaba ligeramente. Dibujaba en la ventana figuras que solo él podía interpretar mientras su compañero de cuarto hacía y deshacía su cama repetidamente. El invierno estaba próximo a llegar, y el estar en aquel edificio no lo iba a excluir de sentir el frío de la temporada. El joven cubría su delgado cuerpo con una manta que había traído de su cama, el uniforme blanco ya no era suficiente, y normalmente los pacientes no recibían más prendas del propio hospital. Todos dependían de sus familiares y de la bondad con la que decidían cubrir a sus seres queridos. Cosmo, el compañero de cuarto de Auden, vestía orgullosamente uno de las chaquetas que sus propios hijos le habían traído unos días antes, durante su visita mensual.
El edificio en aquel momento parecía más calmo de lo normal, algunos de los pacientes pasaban el rato en la sala recreativa mientras otros tenían una sesión con uno de los psicólogos. Música clásica sonaba en algunas de las salas comunes y de vez en cuando se escuchaban charlas que los enfermeros y médicos tenían. El ambiente era tranquilo para ser un domingo. El lugar era un escape de la ruidosa ciudad. Una de las causas principales era la lejanía en la cual el hospital mental «Feliz Destino» había sido construido; cuarenta minutos de la ciudad más cercana y unos cuantos kilómetros de una de las carreteras principales de la región. Cualquiera lo describiría como un reclusorio en medio de la nada, excluido del resto de la civilización. Pero la gran mayoría de los familiares de los pacientes se refieren al lugar como una salvación, ya que los libra de responsabilidades a cambio de una suma de dinero considerable.
 A veces, dependiendo de la temporada, Auden podía ver desde su ventana fuegos artificiales provenientes de la feria de uno de los poblados vecinos, apreciaba con emoción aquel espectáculo y pegaba uno de sus oídos contra la ventana para intentar escuchar a la gente teniendo diversión en la feria. Imaginaba las conversaciones que los pobladores tendrían y las prendas de vestir que elegirían para la ocasión. Solía haber momentos en los que el chico anhelaba estar presente en ese evento y vivir en carne propia lo que hasta el momento solo había podido visualizar desde kilómetros de distancia. Soñaba con ser capaz de algún día volver a ser alguien por una fracción de día, aunque fuera por un par de horas, para poder presenciar alguna celebración de ese tipo. Pero el momento siempre acababa de la misma forma: Auden yendo a la cama mientras en su mente solo cabía la duda del por qué aún se encontraba ahí, preso de vivir. Días y noches pasaban monótonamente para el chico de veinticinco años hasta llegar el punto de haber olvidado si lo consideraban loco por lo que hizo antes de ingresar o por en lo que gradualmente se convirtió con su estadía. Ya no sabía si era si quiera plausible el tener un poco de esperanza.

Cuando los pasillos oscuros estaban vacíos y la noche ya tenía varias horas de haber caído, se podían escuchar débiles sollozos provenientes de una de las habitaciones de los ingresados. Eran tan bajos que para ser capaz de rastrearlos era necesario tener cuidado de ni siquiera hacer sonido alguno al respirar. Docenas de pacientes lloraban frecuentemente, pero nadie lo hacía tan conscientemente como Auden, encogido en su cama, mientras con las manos sostenía su manta sobre su cara para evitar que el sonido de su desgracia fuera escuchado por los demás. Horas de inmensa tortura donde se debatía el perder por completo la cordura y llevar a cabo el último intento de dejar de ser preso o sencillamente tragarse sus penas para pretender que las terapias y los medicamentos le están haciendo efecto alguno. Cuando tus opciones se reducen a ser perseguido de por vida o a ser recluido por siempre, la decisión es simplemente el equivalente a lanzar una moneda con sello en ambas lados. Y por consuelo, Auden tenía sueños, el único lugar donde podía vivir la vida fuera del cautiverio que ya hace tiempo había empezado a echar de menos.

Ciertamente, nadie sabía quién era Auden en realidad, ni por qué continuaba en tan deplorable lugar. Nick, el enfermero líder en turno, siempre había intentado interactuar  con él un poco más de lo que intentaba con los demás pacientes. Sabía que Auden, a pesar de haber sido ingresado por comportamiento agresivo, no representaba ninguna ofensa para los demás. En los cinco años que llevaba ingresado en el instituto nunca había ocasionado ningún problema, nunca había tenido ningún percance, era como si hubieran cometido un error y hubieran ingresado a la persona equivocada. Había un momento en cada semana en el que Nick se preguntaba a si mismo si Auden podría ser dado de alta pronto, para así poder retomar la vida que había perdido años atrás, para así poder continuar con lo que en el algún momento le fue arrebatado. Desafortunadamente, a pesar de las sugerencias de parte de Nick hacía los médicos y psicólogos encargados de las evaluaciones, nunca se lograba que Auden fuera considerado para poder salir de nuevo al mundo exterior.
La verdad era que las razones por las cuales el chico no había sido dado de alta variaban de mes a mes, desde el no cumplir con la independencia y autodeterminación considerada suficiente para reintegrarse a la sociedad hasta la posibilidad que algunos de los médicos creían que existía de que Auden cayera de nuevo en conductas agresivas, a pesar de saber que las razones de su ingreso al hospital nunca fueron completamente claras y en ningún momento se lograron confirmar. Lo que si se puede confirmar es que el pago mensual que recibían de los tutores del chico. Pareciera ser que era tan alto que los encargados del hospital dejaban de ser cuerdos por unos momentos y ponían los ingresos por encima de la moralidad. Además, el mensaje implícito que acompañaba tan altas sumas de dinero era claro… Corrupto y malicioso, pero claro.

Auden podía ser considerado como un preso con una sentencia de por vida, alguien que a pesar de ser capaz de ver el mundo exterior nunca tendría la fortuna de reintegrarse a la civilización. Una de esas personas olvidadas que no tienen a alguien que se preocupe por ellos, refugiados de la sociedad que viven por la lástima de otros.
Nick entró a la habitación de Cosmo y Auden para su chequeo de rutina. Cosmo aún se encontraba enfocado en su cama mientras que Auden simplemente ignoró la presencia del enfermero, para él, el paisaje era más digno de atención en aquel momento.
-Cosmo.- Dijo Nick mientras ayudaba a Cosmo a hacer la cama por enésima vez esa mañana.- Quedó perfecta. ¿No lo crees? Me parece que ya puedes tacharlo de tu lista.- Agregó mientras sonreía.- ¿Dónde dejaste tu lista?
Cosmo intercambió unas miradas entre Nick y su cama sin decir una palabra. Después de unos segundos se dirigió a uno de los dos estantes de noche que había en aquella habitación.
-¿Dejaste tu lista en un cajón?- Preguntó Nick mientras sacaba una lapicera de uno de sus bolsillos.
-No… ¡No recuerdo! – Exclamó Cosmo mientras buscaba desesperadamente dentro de los cajones del estante. Nick se acercó para ayudarle a encontrar su lista de actividades para el día. Cosmo parecía empezar a perder la paciencia, algunas gotas de sudor empezaban a correr en su frente mientras su voz se quebraba cuando empezó a tratar de recitar todos los lugares en los que pudo haber dejado la lista.
-Tranquilo, de seguro está en el suelo en alguna parte.- Afirmó Nick mientras comenzó a buscar debajo de las camas y de los muebles.- Ya van varias veces que esto sucede Cosmo, nada de lo que debas de preocuparte.
-Pero… No… Yo recuerdo el cajón… – Ya habían pasado varios años desde que Cosmo había perdido la fluidez al hablar, esto causado por varios problemas mentales que había desarrollado gradualmente a base de un trauma originado por un accidente automovilístico en el cual él era el conductor. En su caso particular, su estado empeoraba cada día más, al igual que la mayoría de los tratados en esa institución. Pareciese que los ingresados a ese lugar, que promete mejorar su estado, termina por adentrarlos en un estado de locura irreversible. No todo el personal tenía intenciones tan nobles y auténticas como las que Nick y otros pocos solían mostrar. Que peor lugar para tener empleados que representan monstruos para los que ocupan ayuda y que desafortunado desenlace para los pacientes que son lo necesariamente cuerdos para darse cuenta que la esperanza cada día es menor.
-¡La encontré! – Gritó el enfermero triunfante mientras sacaba la lista de debajo del escritorio. Cosmo se tornó rápidamente hacia Nick, tomó la lista y la lapicera que el enfermero le ofreció para después proseguir a tachar la actividad número uno del día.- Perfecto Cosmo. Ahora, veamos la siguiente actividad en la lista que me parece es una visita con Margo. Al parecer tienen algunas cosas pendientes de las cuales hablar.
-Margo.- Dijo Cosmo al mismo tiempo que guardaba su lista en el bolsillo trasero de su pantalón blanco.
-Ok vamos. Yo te alcanzo en en unos segundos.- Ordenó Nick en vano, ya que el hombre de mediana edad se encontraba cruzando la puerta de la habitación para ponerse en marcha a la oficina de la psicóloga en turno.
Cosmo requería los cuidados y la atención que normalmente un niño de diez años necesitaría. La habilidad de razonar poco a poco de desvanecía para el hombre y por eso era crucial contar con algún tipo de supervisión la mayoría del día. Es exactamente eso una de las razones por las cuales Auden había sido asignado como compañero de cuarto de Cosmo.
-¿Auden?- Preguntó Nick mientras se acercaba al chico que aún no movía su mirada del exterior.- ¿Todo bien?- Auden dirigió su mirada al enfermero por una fracción de segundos para luego volver a fijarse en las montañas.
-Si.- Dijo apagadamente. Nick asintió con la cabeza, como si estuviera esperando a que Auden agregara algo más a la conversación.
-Solo como recordatorio.- El enfermero se acercó un poco más al joven. Auden se veía un poco más pálido de lo normal, su cabello oscuro lograba cubrir parcialmente su cara y su complexión delgada en conjunto con lo demás daba la imagen de alguien exhausto, no físicamente exhausto… Mentalmente exhausto.- Tu sesión con la psicóloga será mañana en la mañana. Se que se supone que sería hoy pero Cosmo ocupaba de verdad una evaluación. Espero comprendas qu…
-Sabes que no debes dar explicación.- Interrumpió Auden.- Simplemente… No es necesario.- El chico cubrió lentamente la parte inferior de su cara con la manta mientras giraba su cuerpo aún más hacia la ventana.

Un silencio de apenas unos segundos inundó el cuarto mientras Nick desvió su mirada al suelo, intentando si quiera entender el por qué sentía la necesidad de tratar a Auden como a un ser humano normal, o al menos diferente a como estaba acostumbrado a tratar a los demás pacientes de aquel lugar. Sentía esa necesidad de simplemente derrumbar las barreras que hay entre un cuidador en una institución como esa y el paciente. Ciertamente nunca había pensado de Auden como un chico con problemas mentales, simplemente como un individuo que había sufrido una serie de sucesos desafortunados que poco a poco estaban taladrando su cuerpo y dañando su alma.
El enfermero finalmente se dirigió hacia la puerta con la intención de salir no sin antes hacer un último comentario.
-¿Sabes? Si fuera por mí, te daría la oportunidad de ir.- Auden bajó las manos que se encontraban sosteniendo su barbilla mientras giraba la cabeza hacia Nick con una mirada de curiosidad.- La feria. Yo se que eso es lo que ves…  O bueno, una de las razones por las que casi siempre te encuentras ahí.- El enfermero sacudió un poco la cabeza mientras intentaba sonreír. Los ojos de Auden se empezaron a iluminar al escuchar aquellas palabras, como si los propios fuegos artificiales que habían sido guardados dentro de él por fin habían sido puestos en uso.- Eres en cierto modo afortunado.- Continuó Nick con una risilla.- No todos tienen esta vista desde su habitación. Podría decir que es el mejor lugar para apreciar el espectáculo de fuegos artificiales, pero mentiría. Hay un lugar mucho mejor.- Dio unos pasos hacia el corredor de dormitorios sin todavía girar por completo su cabeza.- ¡La propia feria!.- Finalmente gritó ya desde el corredor y lentamente alejándose de la habitación.

Nunca antes el joven ingresado había sentido algo de empatía. Habían pasado cinco largos años desde que el chico había dejado de tener una relación humana con los demás, es por que eso que en el aquel momento de revelación sus ojos transmitieron todo lo que sintió, al ver que su boca no podía si quiera articular una palabra. No sabía si agradecer, romper en llanto o simplemente transmitir algo de la felicidad que tenía guardada para el momento indicado. No había muchos momentos pertenecientes a su estadía los cuales Auden podía clasificar como felices, pero definitivamente y sin lugar a dudas ese sería uno de los pocos que pasarían las eliminatorias. No solo por el hecho de representar una de las escasas conexiones humanas, si no por ser el detonante que abriría los ojos de Auden y lo empujaría a dar el último salto a pesar de todos los riesgos que existían.




Los niños jugaban a los alrededores mientras los adultos ayudaban a dar los últimos toques a los estantes de la feria. A diferencia de las montañas vecinas, el pequeño poblado no había sufrido tanto de las nevadas, por lo que iba a ser posible llevar a cabo tan esperado evento. Esta ocasión contaban con la presencia de más personas, vecinos de poblados y ciudades aledañas, dándole más vida a la ocasión y haciendo notar el espíritu de la tradición. La plaza principal del pueblo se empezaba a iluminar poco a poco mientras la noche se acercaba. Todos los participes vestían sus mejores prendas abrigadoras y presumían sus mejores sonrisas. Se escuchaba una combinación de charlas, risas y música en vivo en la zona rodeada de principalmente bosque. Era un ambiente mágico, algunos exploraban la variedad de comida que los pobladores ofrecían mientras que otros bailaban al ritmo de las melodías que los músicos habían preparado por meses. Era casi imposible imaginarse una celebración tan auténticamente pura y un lugar tan adecuado como aquel, que representaba el balance perfecto entre naturaleza y civilización.
La armonía de aquel momento parecía inquebrantable, y los esporádicos copos de nieve que caían en aquel momento quitaban la tensión de los pobladores, ya que auguraban que sería una noche larga llena de convivencia y diversión. Desalentadora sería el simple hecho de pensar que hubiera sido posible predecir lo efímero que la alegría sería. Unos tardaron más en comprender que otros, pero de alguna forma u otra la noticia se esparció causando una inquietud perdurable en aquellos que tenían corazones blandos.
Es incierto apuntar al momento exacto en que toda el aura cambió. No se sabe si fue cuando un extraño con vestimenta cuestionable rondaba el lugar con una expresión de confusión y temblando por falta de calor o por exceso de preocupación, o cuando este mismo rompió en llanto después de varias horas sin parar de merodear la feria y sus alrededores, mientras los primeros fuegos artificiales empezaban a iluminar el cielo. Gradualmente varias personas se acercaron a preguntarle sobre su estado, algunos hasta le ofrecieron abrigos para que se calentara un poco. No pararon de preguntar sobre su identidad, su origen, su destino y la razón por la que se encontraba en aquel lugar en tan preocupante estado. Lamentablemente no mucho pudo salir de la boca de aquel sujeto, se limitó a simplemente saltar de intervalos llenos de lágrimas, a otros donde su mirada se perdía entre los arboles del bosque adyacente. La noche se tornó más oscura de lo normal, y permaneció así aún después de que el extraño individuo se marchara tan misteriosamente como llegó. Como si aquel tan emotivo ambiente al cual llegó le hubiera arrebatado la última gota de esperanza que quedaba en su corazón, haciendo que su alma poco a poco se resignara a la verdad de la cual solo él presuntamente sabía.
Es acertado agregar que él único momento que el sujeto pareció mezclarse entre los demás y conectarse completamente con el alma de la celebración fue cuando contempló una a una las explosiones en lo alto, tocándose el corazón en cada ocasión mientras imploraba a todo lo conocido que él no fuera el único que estuviera viendo tan hermoso espectáculo. Deseando que donde sea que estuviera aquella otra persona, fuera capaz de ver lo que él veía. Algunas de las personas que se le acercaron juraron que lo escucharon susurrar de vez en cuando frases de culpa dedicadas a si mismo, como si hubiera ocasionado una tragedia, como si hubiera intentado remediar algo irreversible y al darse cuenta hubiera simplemente recurrido a la esperanza de que las más pequeñas probabilidades se hubieran cumplido.
La verdad de todo el percance nunca se reveló completamente, ya que la respuesta final yacía congelada bajo capas de nieve que aumentaba su grosor con el paso de los días. La primavera abriría la puerta a un lapso de meses en el cual todo podría ser descubierto, pero el paso del tiempo se encargaría de deshacerse de cualquier rastro de ello.
En aquella noche fría de feria, mientras el sonido de alegría y unión resonaron por entre los árboles y el sonido de la naturaleza fue superado por las guitarras y violines, por las risas y silbidos, un cada cada vez más débil grito proveniente de las montañas intentó encontrar oídos, pero eventualmente cesó.


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