Imagina vivir en un mundo donde sucesos que no están bajo el control de nadie sean capaces de forjar parte del destino de los individuos que viven en él. Imagina que parte del delimitado incluya una serie de privilegios y prohibiciones que simplemente se te asignan, dándote así pautas para vivir el resto de tus días junto a estigmas que los demás se acostumbran a usar refiriéndose a tí, ya sea para bien o para mal.
Resulta que no va a ser muy complicado el imaginarse tal escenario, ya que vivimos en él, es real.
Por mucho tiempo se ha estado luchando para poco a poco disminuir con el número de estereotipos y estigmas que se han creado a partir de diferentes atributos que todos los seres humanos tenemos: origen, nacionalidad, raza, color de piel, clase social, orientación sexual, religión, pasatiempos, etcétera. Es increíble el número de instancias en el que uno puede fácilmente pensar en un estereotipo o cualquier tipo de idea pre-establecida para relacionar la el estado actual de una persona con el mismo individuo. Sin embargo, hay ciertas situaciones en las que el origen de estas ideas pre-establecidas no tienen un fundamento lógico, crean una cadena de pensamientos incoherentes que deben ser seguidas para llegar a la conclusión que puede ser meramente malvada. Aparentemente somos maestros en el arte del pensamiento ilógico cuando hablamos de ciertos temas aislados que resuenan mucho y causan polémica día a día.
Uno de esos temas tiene que ver con el origen de nacimiento de las personas, la nacionalidad. Si bien en un comienzo no es muy clara la manera en la que un simple ejemplo de azar puede llegar a afectar una vida entera, una vez que se analiza nos podemos dar cuenta de lo profundo y problemático que esto es, ya que juega un papel importante (si no el principal) en el día a día. No hace falta llevar a cabo un estudio a nivel mundial para concluir que el deseo de la humanidad de siempre pertenecer a un grupo de individuos con atributos exclusivos sobrepasa reglas morales básicas. No hace falta viajar a múltiples países para darse una idea de lo lejos que simples accidentes pueden llegar. Apenas has nacido ya estás categorizado por gran parte del mundo; ya puedes darte una idea de los principales obstáculos que tendrás en la vida (no tener acceso a una buena educación, vivir en medio de una guerra, ser regido por ideas extremamente conservadores y tóxicas o nunca ser capaz de decidir qué tipo de zapatos combinan con tu atuendo). Ya puedes saber a qué otros lugares del mundo vas a tener acceso, y cuales otros es mejor quitarlos de tu mente de una vez, ya que nunca tendrás la oportunidad de visitarlos. Ya puedes darte una idea del trato que posiblemente recibirás por la gente en otros países, o si vas a tener el privilegio de decidir qué ser en la vida. Automáticamente te darás cuenta de quiénes se suponen que deben ser tus principales enemigos y aliados cuando se habla de otras naciones, dando apoyo incondicional a unos pero odiando sin razón coherente a otros. Todo lo anterior está conectado al lugar de nacimiento, tu nacionalidad.
Una cosa es nacer llevando consigo una mochila con pesos innecesarios que poco a poco te dañan, pero que con el paso del tiempo puedes desechar para aligerar la carga y llevar una vida más plena. Otra cosa es nacer con esos pesos dentro de tí, los cuales no puedes eliminar, y los cuales no puedes ignorar. No hay forma de borrar esa marca que la ruleta de la vida te ha dado. Eso técnicamente es una forma de ver lo cruel que un simple momento puede ser, y la desconsideración del resto a enmendarlo. Prácticamente es tirar a la basura toda la inclusión social de la cual la gente habla en menos de un segundo cuando el tema en la mesa es tu origen. El ver como para unos la nacionalidad adquirida les da un +10 en la vida, y para otros es un -400, llevándolos a la lista de aquellos excluidos, ignorados, criticados o veces hasta acosados. Es simplemente triste ver lo inhumano que es poner un filtro a una persona, donde si la respuesta es una perteneciente a la lista A pasa, pero si es perteneciente a la lista B se rechaza (Spoiler: en este juego las respuestas nunca las eliges tú, la vida lo hace).
Imagina la frustración de aquellos que darían lo que fuera por haber nacido 200 km al este, para así poder tener la oportunidad de asistir a la universidad de sus sueños, o dejar de ser rechazado por los estereotipos que otros tienen de su país, o para tener acceso a un seguro médico gratuito, o para no ser obligados a participar en actividades las cuales no van con ellos, o para simplemente ser libres de visitar otros países y no estar presos por el poder de su pasaporte.
Pareciera ser que estamos poco a poco tratando de ser más incluyentes en todos y cada uno de los términos en los que podamos pensar, pero dejando a un lado el más básico y del cual todos nos beneficiamos o sufrimos, el lugar donde hemos nacido. No solo es generalmente mal visto el quejarse sobre el país que te vio crecer cuando algo meramente injusto o inmoral está tomando lugar, siendo considerado un acto de desprecio o hasta traición, sino que también tus compatriotas sentirán como los apuñaladas múltiples veces al hacerlo, como si tu mismo estuvieras conectado a la tierra de la nación y el hablar mal de ella fuera como decirle a tu madre que nunca deseaste haber nacido.
Y lo más depresivo de todo es saber que aunque lleguemos a un punto en el que seamos capaces de ver lo que un individuo realmente es antes de revisar las etiquetas que lleva consigo, ese individuo siempre estará cargando, para bien o para mal, ese peso que ya determinó gran parte del camino que en su vida tomará. En algunas ocasiones tendrá la oportunidad de modificar esa marca con la que nació, otras veces esto será básicamente un sueño imposible de vivir en carne propia, una pena con la que tendrá que irse a la tumba.
Afortunadamente hay algo que se puede hacer, no para erradicar el problema, sino para, por lo menos, no agravarlo. Hagámonos de la costumbre de crearnos la idea de otras personas a base de lo que son, simplemente eso, no de las etiquetas, estigmas, estereotipos o suposiciones que hemos escuchado toda la vida. No hay que caer en las generalizaciones y mucho menos si estas son el principal motor de discriminación, clasismo y racismo. Que quede claro que a pesar de no todos tener acceso a lo mismo, todos podemos de alguna manera convivir como seres humanos en este lugar. El querer el explorar, experimentar y vivir otras culturas no debe ser considerado de ninguna manera un acto de traición, sino un deseo por desarrollo y crecimiento personal, entender que hay veces que ese tipo de cambios son necesarios para ciertos individuos, y que no debe representar una puerta abierta para repercusiones negativas.